El martillo de Mahler

Ciclos Principales

LOS GRANDES CICLOS Leonard Bernstein Debería ser el ciclo por excelencia, por dos razones básicas: En este director recae la mayor responsabilidad de que “el tiempo de Mahler llegara”: Tanto por su primer ciclo sinfónico grabado con la Filarmónica de Nueva York (Columbia/Sony), como por su permanente defensa y difusión, desde los años sesenta hasta su muerte en 1990. Por otro lado, a pesar de ser una apreciación personal y subjetiva, considero que el tratamiento extrovertido y personalísimo de Bernstein, sus contrastes teatrales, casi histéricos, su pasión en los momentos de mayor intensidad y sus lentísimos pero sentidos y melancólicos adagios, hicieron sentir a muchos que esta música parecía exigir estos conceptos (que por supuesto, no pueden ser los del gusto de todos los melómanos): Un director neurótico y vital para una música neurótica y existencial. Siendo superior su segundo ciclo para la DG, (por su mejor sonido, sus conceptos más depurados y con las tres orquestas mahlerianas más significativas: Filarmónica de Viena, Concertgebouw de Amsterdam y Filarmónica de Nueva York, podríamos afirmar que pocas veces sonarán más auténticos los temas judíos de la Primera Sinfonía o con más ímpetu el final de la misma sinfonía o con más dramatismo el movimiento final de la Sexta y creo que nunca será tan desoladora la nostálgica despedida de la vida del Final de la Novena Sinfonía. Rafael Kubelik En los años 60, también fue el ciclo que contribuyó a introducir a Mahler entre los discófilos, tal vez por tratarse del famoso sello amarillo que todos preferían por entonces, o por tratarse de una orquesta y director europeos, a diferencia del “americanismo” de Bernstein y Nueva York. De hecho se discutía que éste era el primer ciclo completo realizado por un solo director, aunque ahora es conocido que Bernstein grabó el suyo entre 1960 y 1966 y Kubelik entre 1967 y 1971, con una sola orquesta. Los otros ciclos paralelos se grabaron, el de Solti, entre 1961 y 1971 con varias orquestas y el de Haitink, entre 1966 y 1971 aunque la Primera se había grabado en 1962. De todos modos, el tiempo ha tratado mal a Kubelik. Sus conceptos se sienten bastante convencionales sin el imprescindible pathos mahleriano. Si bien poseedor de una absoluta precisión orquestal y de un fraseo de gran musicalidad, pareciera que todo transcurre a mayor velocidad que con cualquier otro director y sus adagios lo son mucho menos. (Su Adagietto de la Quinta es más una apasionada declaración de amor –es el año de su declaración y matrimonio con Alma – no la lánguida y nostálgica evocación que muchos preferimos). Seguro Kubelik seguirá teniendo muchos seguidores…y lo merece. Bernard Haitink Mahleriano de prosapia, grabó otro de los primeros ciclos con su orquesta de tradición histórica, la del Concertgebouw de Amsterdam; cambió la intensidad mahleriana por un preciosismo de color orquestal y elegancia de lectura. Algunas sinfonías como la Tercera, la Cuarta y la Novena son excelsas bajo su batuta. Su segundo ciclo con la Filarmónica de Berlín en los años 80 y 90 fue interrumpido por los sátrapas funcionarios de la Philips, quienes finalmente propiciaron la desaparición de esa orgullosa marca. La Quinta Sinfonía ostenta el Adagietto más lento que se haya grabado en la que para muchos es l Georg Solti La intensidad, los rápidos tempi y la nerviosa y angustiante lectura en todo momento (hasta en los nostálgicos adagios que por ello dejan de serlo en gran medida) propiciaron que éste fuera uno de los ciclos más populares entre los coleccionistas de acetato. Sin duda, constituye una experiencia catártica (sobre todo en la Sexta y Séptima Sinfonías), pero a ratos muchos quisiéramos mayor reposo y profundidad en los momentos que lo requieren. Su Octava Sinfonía es una de las mejores del catálogo, por la contundencia apabullante del primer movimiento y por los casi insuperables solistas. Maurice Abravanel Gran director de origen griego a quien se identifica siempre con la Sinfónica de Utah, orquesta con la que permaneció más de tres décadas. Su ciclo Mahler, aunque iniciado y terminado poco después que los de Bernstein, Kubelik y Haitink, fue apareciendo paralelamente a éstos, por lo que también se le creó un prestigio de culto. Sus versiones son muy objetivas, sin matices señaladamente personales que evitaban el sentimentalismo o el dramatismo de otros directores. Contó en la Cuarta Sinfonía con la voz de una soprano gloriosa, Netania Davrath. Tal vez, hoy su ciclo no resista muchas comparaciones, pero sin duda, es de gran nostalgia para los coleccionistas de acetato. Giuseppe Sinopoli Es el gran intelectual de los mahlerianos. Su profundidad de concepto es de las que no necesitan hacer grandes aspavientos o desgarrarse las venas. Pero es otra opción fundamental. El suyo es el único ciclo que incluye una primordial grabación de La canción del Lamento (Das klagende Lied). El resto es de gran atractivo e imaginación. Sus lecturas son objetivas, pero suntuosas y espectaculares, contenidas, pero con la gran intensidad que se requiere y nunca frías. De hecho, Sinopoli nos legó la lectura más bella del Andante de la Sexta Sinfonía y una de las más significativas de la Cuarta, así como la más profunda versión de la Décima Sinfonía en su primer Adagio, el único terminado por Mahler. Lorin Maazel Algo desigual, pero con momentos tan contundentes que debe considerarse un ciclo básico: Incluye una Tercera Sinfonía verdaderamente grandiosa, épica, con los tempi más lentos que recuerdo en el movimiento final. La Cuarta Sinfonía, con Kathleen Battle, puede ser una de las lecturas más bellas y logradas de esta obra. Y la Octava Sinfonía, para quienes prefieren una grandiosidad basada en el fraseo lento, resulta sorprendente y monumental. Pierre Boulez Otra mente analítica que poco a poco tuvo que ir bajando de su pedestal de intelectualidad conceptual, para ir progresando en emotividad y originalidad, aunque sin traicionarse a sí mismo. En la última década, Boulez se convirtió en un gran director mahleriano, no sólo por la grabación de su ciclo, sino por interpretar todas las sinfonías cada vez que le ha sido posible. Escucharle en concierto en Berlín (contra mi costumbre, más que nunca utilizaría con todo gusto el término “en vivo”), fue una experiencia de vida que derrumba cualquier prejuicio u opinión previa sobre sus conceptos en los discos. No hay que olvidar, por cierto, que Boulez fue el primero en grabar la versión completa de Das Klagende Lied, y que desde hace varias décadas hay registros de su periódicas incursiones en algunas de las sinfonías.

Claudio Abbado En su primer ciclo, dividido entre Chicago (Primera, Segunda, Quinta, Sexta y Séptima) y Viena (Tercera, Cuarta, Novena, Décima y posteriormente otra Segunda) Abbado ofrece un Mahler objetivo y transparente, pocas veces explosivo y nunca teatral, pero de gran efectividad y lógica. Destacan, sobre todo, las Sinfonías Tercera y Cuarta, tanto por su concepto personalísimo y su carácter expansivo, como por el glorioso complemento que representa tener dos solistas de lujo: Jessye Norman y Frederica Von Stade. Bruno Walter y Otto Klemperer Estos dos grandes directores, reconocidos como los alumnos y más autorizados intérpretes de Mahler, no grabaron precisamente un ciclo integral, ya que ambos expresaban su desinterés o desagrado por varias de las sinfonías de su maestro (Walter por la Tercera, Sexta, Séptima y Octava) (Klemperer por la Primera, Tercera, Quinta, Sexta y Octava). De todos modos, cumplieron una gran labor de promoción y son, sobre todo, parte de una leyenda. Los incluimos en este apartado de los grandes ciclos por sus numerosas grabaciones y por la trascendencia histórica y musical de ambos.

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